Antes que nada, pasando del segundo aniversario que se cumple hoy. Ya habrá bastante de eso en otros medios y otros blogs, y no seré yo quien contribuya a la saturación. Bueno, a lo que iba.
Ya no es lo mismo que antes. Así, aunque suene a nostalgia de abuelo, está el tema del botellón. Sobre todo porque en mis primeros tiempos de botellón (hablo de hace diez años y ya estaba inventado desde hace casi veinte) éste era un fenómeno:
- Minoritario, rara vez podía uno ver más de cien personas juntas.
- Apartado de la civilización, como teníamos cierto sentido del pudor y no queríamos molestar, en Sevilla por ejemplo nos íbamos al parque del Líbano, pequeño anexo abierto del parque de María Luisa, a 400 metros de la vivienda más cercana.
- Para los más mayores, con una media de edad de 23 años (yo que me incorporé con 18 me daba la sensación de ser un pollo)
- Y sobre todo, no era una competición sino una excusa para conversar con nocturnidad y a un nivel algo más chispeante que el resto de la semana por los efectos del alcohol.
Lo demás ya se sabe: se fue popularizando y exportando al resto del país y se vistió de largo como gran problema social cuando salió en un informativo cualquiera la céntrica plaza madrileña del Dos de Mayo llena hasta los topes de gente de todas las edades practicándolo. Y cuando un problema llega a Madrid es suficiente (y a veces necesario) para que se convierta en un asunto nacional. Por aquella época ya empezaba yo a dejarlo de lado porque la edad media bajaba y bajaba, y ya empezaba a sentirme no como un pollo sino como un abuelete, y la masificación aumentaba, y los sitios elegidos eran cada vez más molestos para vecinos, y había cada vez más enrarecimiento y violencia. Estaba perdiendo su esencia originaria.
Ninguna de esas tendencias ha menguado, y hoy en día en la región que ostenta su patente oficiosa se ha convertido en algo monstruoso, por no decir directamente una congregación tribal de niñatos y niñatillos. Lo último de lo último ya es lo más alarmante que he visto nunca, lo que yo opto por llamar "Juegos de primavera": una competición intermetropolitana jaleada por sms y emilios para ver qué ciudad andaluza reúne más adolescentes imberbes para caerse de espaldas (y cuál desbanca a Sevilla por más número, que algo hay de eso siempre aquí), deshonrando a la clásica fiesta de la primavera, celebrada de siempre por los estudiantes universitarios con motivo de la llegada del buen tiempo y el fin de los exámenes de febrero. Y yo estas cosas ya las hago, si es que las hago, en privado con mis amigos y bajo techo: más seguro, más medido, en familia y sin molestar a nadie.
La cita es el próximo 17 de marzo y parece que las autoridades no van a hacer nada porque dicen que no pueden. Sí que pueden, pero no se atreven a hacerlo. En ABC Ignacio Camacho
lo describe todo perfectamente. Aunque este personaje me suele repatear por su partidismo casi sectario, esta vez le doy toda la razón.
Sonando ahora mismo: Fischerspooner - Emerge
[Enviado por Oposiciones] [15 julio, 2010 10:30]
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